La supernova Norestina
Cuando una estrella empieza a morir se vuelve más fría pero mucho más brillante de lo que ha sido nunca, entre más grande sea una estrella menos vida tendrá. Podríamos aplicar el famoso dicho de la demagogia militar “los mejores mueren jóvenes”. En el momento en que la estrella muere, explota e irradia rayos de luz que viajan a más de 60.000 kilómetros por segundo. Una estrella gigante que muere recibe el nombre de supernova y puede brillar con más intensidad que 10.000 millones de soles. Pero dicho brillo dura solo un par de años o meses, para una estrella este tiempo es como un segundo terrestre.
Algunas personas pasan desapercibidas en el día a día, nunca nos percatamos de su existencia, como aquellas millones de enanas blancas que vemos cada noche, poco nos importa si una de ellas ya no está. Pero como nos maravillamos al ver una supernova sola en el firmamento, se nos olvida la propia vida por un segundo, nos maravillamos y ensimismamos, el corazón se acongoja, por un instante le encontramos sentido al universo y simplemente nos dejan de interesar los porqués y las cuestiones filosóficas.
Las calles latinoamericanas están bastas de estrellas que a nadie les importa, es indiferente si están allí o si nunca hubiesen nacido, son feas, vírgenes e inocentes. Después de todo ¿quién se fijaría en una fea, virgen e inocente? Nadie, a menos…. A menos que sea su hora, que sea el momento de su muerte, que brille como una supernova y que opaque al Sol más hermoso. Porque seamos sinceros ¡Cómo nos conmueve la muerte de una cualquiera! Si, hablemos sin tapujos, una cualquiera. De no ser por su muerte trágica jamás nos habríamos fijado en ella. Ese accidente de tránsito, ese suicidio, ese asesinato las iluminó con el brillo maldito de la bóveda celeste, es la luz de los dioses la que desprenden sus cuerpos de supernova.
Podríamos seguir maravillándonos de su muerte, páginas largas y hermosas escribiríamos al respecto, la muerte es así, nos hechiza, nos cautiva. Pero este comentario no está dedicado a la belleza y a la muerte, sino a la fealdad y a la vida en el anonimato que es igualmente fea.
Macabea es el nombre de nuestra protagonista, ella es una mujer pobre y virgen, sin ningún atributo para resaltar, una especie de enana blanca que ni siquiera en su propio trabajo de mecanógrafa resalta, pues escribe con multitud de errores. Macabea es miserable y patética, tanto así que al ir por la calle le sonríe a los demás para intentar quedar bien, pero nadie se fija ni en su sonrisa ni mucho menos en ella. Nadie se fija en una estrella cualquiera, por mas que en el fondo sea una supernova en potencia.
Pero el hombre pocas veces ve más allá de sus narices, solo alguien que hable el lenguaje de las estrellas podría comprender que Macabea será una supernova cuando su hora le llegue y es que esta novela resulta ser una especie de viaje introspectivo, un viaje iniciático que tendrá un desenlace digno del culto Dionisiaco. Un viaje trágico en el que no está claro si la iniciada es Macabea, la escritora o ambas. Las referencias son muchas, Macabea al igual que otros grandes iniciados (como Jesucristo o Heracles) es criada por un tercero que no es su verdadero padre o madre, tiene una infancia severa, marcada por los abusos y muere joven.
A pesar de su malograda existencia, Macabea no se siente infeliz pues se desconoce a si misma, para un lector superficial podría parecer el mayor defecto, pero viéndolo en términos iniciáticos, dicho desconocimiento de si no es más que una virtud que la hace afrontar el mundo con la alegría del asceta. Una segunda referencia de este viaje iniciático la encontramos en la casa de la propia macabea, ella comparte habitación con cuatro Marías. En la masonería y en el arte medieval se tiene a las tres Marías como un símbolo recurrente y poderoso, cuentan las versiones apócrifas que María Magdalena, María la madre de Jesús y María la hermana de Lazaro ( discípula de Jesús junto con María Magdalena) llegaban a las costas de la actual Francia buscando refugio para Sara (hija de Jesús y María Magdalena) para así poder seguir con la dinastía divina (el verdadero Santo Grial).
Podría parecer rebuscado el argumento de no ser por el hecho de que la propia Clarice era una aficionada de lo esotérico. En la astrología las tres Marías son también las tres estrellas del cinturón de Orión lo cual da una razón más para pensar que 4 Marías no son ninguna casualidad en esta novela. Los egipcios alinearon las tres pirámides con estas tres estrellas que están justo en el ecuador celeste. Creían además que tras la muerte se abrirían las puertas del cielo en este preciso lugar.
Esoterismo, estrellas, muerte. En otro autor podría ser coincidencia, pero jamás en Clarice Lispector, una mujer que creía en el poder de los astros y la astrología.
Sin embargo hay una María más en la casa. Ya vimos la evidente relación de las tres Marías con Egipto (siempre tan respetado en la Masonería y en el esoterismo). Aunque sobre la cuarta María solo podemos sacar conjeturas, probablemente sea la diosa egipcia Isis, quien tiene un parecido increíble con la María cristiana.
Ya muy al fin de la novela Macabea decide consultar a una adivina quien le da una profecía que termina por cumplirse. O tal vez la Oráculo no profesa ninguna profecía, sino que más bien quiere inducir a Macabea al último ritual que se ha de realizar, para completar el culto a Dionisio. Recordemos el suicidio de Cleopatra y su nuevo esposo entre Bacanales, drogas y espectáculos sangrientos. En el mundo esotérico se cree que Marco Antonio se suicidó no para preservar su honor como militar y estadista, sino para completar el ciclo del culto a Dionisio y así poder ir con él y con su amada Cleopatra a seguir los Bacanales en la otra vida. Un suicidio en Alejandría bajo la mirada de todos los dioses, griegos y egipcios incluidos.
Un extranjero va a aparecer en la vida de Macabea cuenta la Oráculo. Miles de soldados del norte encabezados por un extranjero pisaban Alejandría el día que Marco Antonio y Cleopatra completaban el último ritual del culto dionisiaco. ¡No podemos dejar pasar por alto el hecho de que en ambos casos sea un extranjero quien aparece el último día de sus vidas! ¡Dionisio mismo era representado como un extranjero! Un extranjero que fue criado por las Ninfas de la lluvia de Nisa. Zeus en gratitud con las Ninfas que hicieron de madre nodriza decidió convertirlas en estrellas y darles un lugar en la constelación de Híades. ¡He aquí la importancia inmensa de las estrellas en el culto dionisiaco!
Macabea ha despertado, ya es consciente de si. Para el lector superficial podrá parecer que morirá de forma patética como Cleopatra y Marco Antonio, pero cualquier iniciado en este culto sabrá que la muerte violenta y voluntaria es el último a dar en el culto a Dionisio, si completa el ritual ya no será más una mortal condenada al inframundo, de ser una simple iniciada pasará a formar parte de la gran fiesta del Olimpo que celebra el dios del vino, allá brillará con la misma luz con la que brilla Cleopatra y Marco Antonio.
No sería extraño que Lispector como defensora de la mujer decidiera que toda la novela fuese en el fondo un culto a Dionisio, pues en un salón perfectamente conservado en Pompeya se encontró todo un mural en el que se explicaba este culto, sorprendentemente no había un solo hombre en las paredes. El culto era exclusivamente realizado por y para mujeres. Solo se veían mujeres, tal y como en la casa de Macabea que tal vez no era solo una simple casa, sino más bien un templo para erigir alabanza a Dionisio. Y digo un templo porque aquel mural de Pompeya narraba la historia de una chica virgen sin conciencia de si que entraba a un templo lleno de mujeres iniciadas que poco a poco, mediante diferentes rituales la llevaban al conocimiento de si. ¿A que ahora el parecido entre el culto dionisiaco y la novela se hace más evidente, no?
No pasemos por alto un último detalle que revela la conexión de la novela con el esoterismo griego. Olímpico, ¿cómo podría ser este nombre de carácter gratuito a un personaje con características divinas tan obvias? Un hombre que decide con que mortal acostarse por mera conveniencia y despreciar a toda aquella que le parezca que no le da la talla. Olímpico representa el puro arquetipo Zeusiano, tanto en su nombre como en su actuar. Tal vez Olímpico no sea solo un hombre, sino más bien el gran dios griego con su disfraz habitual. Zeus está allí como el buen padre que es vigilando a la elegida de su hijo (Dionsio), quiere ponerle trabas y ver si es digna de culminar la fase iniciática y mortal para seguir a su hijo por toda la eternidad.
A modo de una pequeña conclusión podemos deducir que esta obra es mucho más profunda de lo que parece y que la única persona que la hubiese podido aclarar con profundidad está ahora muerta. Clarice nos ha dejado un relato corto, demasiado corto para lo que se escribe hoy día, con una engañosa superficialidad que desemboca en un mundo oculto, oscuro y trágico.
Probablemente “La hora de la estrella” sea a Lispector lo que “La flauta mágica” a Mozart. Una obra maestra llena de sincretismo esotérico y religioso que guarda un conocimiento profundo y oculto, solo visible para los iniciados en el culto a los astros y a los antiguos dioses. Una obra en la que cada tres notas o cada tres palabras recibimos símbolos que solo el ojo u oído entrenado puede comprender. Cuatro Marías, un Olímpico, nombres de masones como Debussy, Carl Off y Beethoven al inicio del texto, una oráculo, un extranjero que llega para llevarse su vida. Son tantos los cabos sueltos para atar que este pequeño comentario resulta pobre y por qué no confuso (como la misma Macabea) pero es un intento apasionado y sincero por querer comprender de manera más profunda la obra de una mujer que la historia todavía no ha puesto en el puesto que se merece.
En honor a Clarice Lispector, a Macabea y a Dionisio, deseo terminar el comentario citando las palabras de Sileno (aquel amante del dios del vino) parafraseadas por el gran Nietzsche.
"Una vieja leyenda cuenta que durante mucho tiempo el rey Midas había intentado cazar en el bosque al sabio Sileno, acompañante de Dioniso, sin poder atraparlo. Cuando por fin cayó en sus manos, el rey pregunta qué es lo mejor y más preferible para el hombre. Rígido e inmóvil calla el demón; hasta que forzado por el rey, acaba prorrumpiendo en estas palabras, en medio de una risa estridente: “Estirpe miserable de un día, hijos del azar y de la fatiga, ¡por qué me fuerzas a decirte lo que para ti sería muy ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti -morir pronto.”3