EL SONIDO DE LA MUERTE
18/04/2019
Andaba trabajando en un establo cuando compré el libro de Hansjörg Auer prologado por la leyenda Reinhold Messner. Era un trabajo de mierda (literalmente), un trabajo rudo que me recordaba la infancia de estos dos grandes hombres. Trabajando en una granja en los Alpes, a los pies de esos gigantes de roca y hielo.
Hansjörg ha muerto hoy en una avalancha junto a otros de los mejores alpinistas del mundo. Nunca lo conocí pero seguí de cerca sus aventuras, vivía al límite, al filo de la cuchilla. La muerte es trágica, pero no puedo dejar de preguntarme si en verdad es trágico morir haciendo lo que se ama.
Iñaki Ochoa de Olza un tipo que abandonó la carrera de filosofía para dedicarse a buscarla en las cimas más altas, moriría también en la zona de muerte del Anapurna. Decenas de personas intentaron ayudarlo y rescatarlo de una tormenta a más de 7.000 metros de altura, mientras sufría un edema cerebral. Ueli Steck el escalador más rápido del mundo llegaba a salvarlo, para verlo morir en sus brazos "la maquina suiza" decía Iñaki, quien entre alucinaciones causadas por el mal que lo afectaba logró reconocerlo.
Ueli Steck moriría también años más tarde en un accidente en el Everest. Y no fue el único alpinista que intentó ayudar aquel día a Iñaki que hoy también se encuentra muerto gracias a las adversidades de la alta montaña.
Pau Escalé, un tipo que se mataba trabajando entre semana con la única ilusión de manejar horas y horas a las montañas francesas para escalar en hielo los fines de semana. Poco tiempo después de filmar su documental fue muerto al desprenderse un Serác al que todavía se encontraba asegurado. "Escalo a muerte porque amo la vida, no porque amo a la muerte" Sus palabras son propias de un filosofo, igual que la de Iñaki, las de Ueli, las de Hansjörg y Messner.
La montaña te enseña a vivir, pero te enseña a vivir no solo por esos momentos de introspección y alegría. Te enseña a vivir porque constantemente te enseña la muerte.
Subes las cumbres andinas y ves a ese gigante surcar los cielos, un hermoso dios que se alimenta de la muerte. Cuan pocos nos quedan, Cóndores ancestrales que vuelan donde ningún otro lo hace, planean buscando la muerte, observan su reino, buscan la desgracia. Allí rigen las normas del Volcán que escupe rocas y veneno. Rigen las normas del Glaciar que se parte para tragarse la vida y conservarla durante décadas. Bajas a la grieta y encuentras un cadáver, lo ves y tiene tu edad, pero no es posible, aquella mujer cayó 24 años atrás cuando tu apenas nacías.
Estás solo y cae la noche, te pierdes y recuerdas esas tribus que habitaron esas montañas, suena el viento y te asustas, no sabes que es real y que no, tu cuerpo está envenenado. Ves una sombra, oyes un ruido, sale un puma, un zorro. Te preguntas si es solo un animal, pero no, no lo es. Allí no habitan animales, solo dioses. El águila te da buen augurio, está buscando la vida con sus sagaces ojos, pero mejor augurio es el cóndor que te recuerda la muerte. Te recuerda que estás agonizando, que cada paso que allí das es un paso más cerca de la muerte, más cerca de tus dioses. Empiezas a agradecer cada minuto, porque como diría Mainländer "has de bendecir cada hora que más cerca de la tumba de aproxima".
Suena un tiro, no es un disparo pero se siente igual. ¿un volcán en erupción? ¿una avalancha? ¿el glaciar que se desprende? ¿la cuerda que se rompe? ¿el seguro que se vuela?...
No...Esa es la voz de la muerte. Cuantas veces la escuchamos y cuantas veces reímos allí arriba por haberla escuchado cantar. Hoy es otro día Hansjörg, hoy te ha sacado a bailar.