La GIA un relato de protección en el Amazonas
Por: Felipe Buenhombre y Bruno Sandstede
Asesoría: Tatiana Pardo - CENSAT - Heinrich Böll-Stiftung
Sin importar si lleva puesto o no el uniforme de la Guardia Indígena Ambiental de Amacayacu (GIA), el día a día de Gelimir Guedes transcurre siempre en torno a la conservación. Cuando se vive en el amazonas incluso las tareas más sencillas requieren de cuidadosa atención, la vida en la selva así lo requiere.
Un grupo de indígenas tikuna lidera monitoreos ambientales en el Amazonas Colombiano para preservar su territorio de madereros y cazadores inescrupulosos.
En un rincón al sur de Colombia, a tres horas en lancha desde Leticia, la capital del departamento Amazonas, un grupo de indígenas tikuna recorre los ríos, manglares, lagos y selvas de su comunidad con la misión de identificar y detener cualquier amenaza que ponga en riesgo la supervivencia de su territorio y cultura. A través de la palabra, cargada de la sabiduría ancestral de varias generaciones, hombres y mujeres le apuestan a una gobernanza local y autónoma que pone a la naturaleza en el centro de todo.
La Guardia Ambiental Indígena de San Martín de Amacayacu se creó en 2010 por iniciativa del líder José Gregorio Vázquez, un tikuna de 47 años perteneciente al clan Cascabel. Motivado por poner en práctica lo recogido en la Constitución de 1991 sobre los derechos de los pueblos indígenas en Colombia, y al observar cómo la tala de árboles, la extracción de arena y la minería ilegal avivaban nuevos conflictos, convocó a una conversación con los abuelos, sabedores y jóvenes de su comunidad. “La misión es la protección de este territorio; además de educar, capacitar y preservar toda la historia, todo el conocimiento, toda la naturaleza y todo lo que en ella existe”, dice Vázquez.
Como todo sueño, la Guardia tuvo sus tropiezos y altibajos. No toda la comunidad estuvo de acuerdo con la idea de controlar la extracción de recursos, pues temían que las restricciones afectaran la economía local. Sin embargo, poco a poco la Guardia empezó a ganar adeptos, incluso de otras comunidades aledañas. Hoy está conformada por diez personas, entre los 14 y 90 años, que desarrollan diversas labores, desde monitorear el territorio y reforestar hasta hacer pedagogía ambiental en seis comunidades del trapecio amazónico. Los pueblos indígenas solo representan el 6% de la población mundial, pero resguardan el 85% de la biodiversidad en la Tierra. De acuerdo con la FAO, en América Latina y el Caribe protegen hasta 380 millones de hectáreas de bosque, aunque muchos viven en condiciones de pobreza e inseguridad.
Cuando Gelimir no trabaja en la Guardia Indígena Ambiental suele trabajar con la “Fundación Omacha”, una ONG encargada de reintroducir especies amenazadas a su hábitat natural. “Moechi” que significa “gracias” en lengua Tikuna es el nombre de este Manatí de seis años de edad, se espera que pronto pueda ser liberado. Su cuidador prepara a diario los teteros de jugos de fruta, prestando cuidadosa atención a los requerimientos del mamífero acuático. Todos los días le proporciona plantas frescas que en un futuro cercano encontrará en su nuevo y definitivo hogar en el lago Tarapoto.
Uno de los miembros de la Guardia es Gelimir Guedes, un joven fornido de metro ochenta de estatura y piel canela, que embrujado por la magia de la espesa selva decidió sumarse al sueño de José desde hace seis años. Gelimir es colombo-brasileño, mitad tikuna y mitad mestizo. A sus 25 años ha navegado, nadado, trepado y caminado el Amazonas desde que tiene memoria. Las ramas de la palma de chapaja y las raíces de la ceiba fueron sus columpios y rodaderos. Llegó al municipio de San Martín como si ese fuese su destino: cuando tenía 12 años, relata, salió de su casa, en Puerto Nariño, caminó por el bosque en busca de árboles frutales como el copoazú y el arazá, llegando hasta la quebrada Agua Roja, decidiendose cruzarla por primera vez. Luego de varios kilómetros andando, según recuerda, llegó a San Martín y se sorprendió al ver a niños jugando descalzos que hablaban tikuna, mientras sus madres preparaban fariña. "
"Ese día empezó mi vida en San Martín", resume Gelimir. "Con el tiempo seguí regresando a conocer la gente, luego participé en las mingas, me invitaban a las comidas típicas en familia, iba a la chagra, fui aprendiendo a cazar y a pescar, y recientemente sobre otros temas que me interesan, como el gobierno indígena y la jurisdicción”, dice. Con el pasar de los años se hizo de la tribu, pero también de la naturaleza. Se familiarizó con las serpientes, los monos, las aves, los árboles de asaí y de copaiba, y con el río Amacayacu. Maravillado por su belleza y poder, sembró en su corazón la semilla de la protección para su territorio.
San Martín de Amacayacu tiene un ambiente especial. El aire fresco y húmedo relaja el cuerpo, y el sonido del río y los rayos del sol, la mente. Este territorio hace parte del resguardo indígena Tikuna-Cocama-Yagua (TICOYA), un grupo pluriétnica que reúne a 23 comunidades asentadas a lo largo del río Amazonas y sus afluentes. Para llegar a San Martín hay que entrar por el río Amacayacu y navegar, durante 20 minutos en peque-peque, una embarcación con motor de bajo cilindraje. San Martín tiene dos calles angostas, una cancha de microfútbol, una escuela con cinco aulas, la maloca donde se reúnen sus habitantes para tomar decisiones importantes, una tienda y 130 casas levantadas con materiales locales por la misma comunidad. La inaccesibilidad ha permitido que su lengua, el tikuna, se conserve y practique extendidamente. Los que nacen allí aprenden a vivir y sobrevivir con la naturaleza, una naturaleza que está en riesgo.
Gelimir suele navegar muchas horas selva adentro cada mañana en busca de alimentos para cuidar a Moechi, quien pasa por un arduo proceso de adaptación a la vida silvestre, para ser liberado en el lago Tarapoto. El manatí amazónico, también conocido como airuwe en lengua tikuna, puede llegar a pesar 480 kilos.
De las más de 174.000 hectáreas de bosque natural arrasadas en el país durante el 2021, el 64,8% se concentró en la región amazónica. La ganadería extensiva y la apropiación ilegal de tierras baldías son algunas de las principales amenazas, de acuerdo con el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM).
Gelimir conduce su lancha por el río Loretoyacu hasta un árbol inmenso de matapalo, que extiende sus raíces como queriendo abrazar a otros seres en medio del bosque inundado. El matapalo no es solo un árbol, es el hogar de aves, peces, anguilas y nutrias. Sobre su relación con el Amazonas, Gelimir responde: “Yo nací allí, viví allí, crecí allí, y sé todo gracias a la selva, gracias a esa conexión que a diario tengo con ella. Siento que conversamos”, cuenta. “He pedido hablar con ese espíritu de la selva y me ha mostrado mis dones: puedo mantener la calma en momentos difíciles y encontrar caminos cuando estoy perdido. Solo que a veces dudo de mí porque siento que no sé mucho, pero todos los días aprendo de ella”, continúa.
La falta de recursos económicos impide que la mayoría de la Guardia se dediquen de lleno al monitoreo ambiental. Gelimir, por ejemplo, trabaja desde hace un mes y medio con la Fundación Omacha cuidando a un manatí llamado Moechi (que significa “gracias” en lengua Tikuna), que se encuentra en proceso de rehabilitación luego de tres años. “Siento que se pierde una oportunidad de cuidar al Amazonas", comenta. "A mí me gustaría que la Gobernación nos pagara un sueldo como guardias ambientales porque así tendríamos un alcance más fuerte, podríamos crear planes con las comunidades para reforestación y pedagogía a largo plazo”, dice Gelimir, mientras navega el lago Tarapoto, el primer humedal Ramsar declarado en la Amazonia colombiana, con más de 45 mil hectáreas protegidas por su gran biodiversidad.
La selva es mi hogar”, narra Gelimir, mientras se mueve entre las lianas de un matapalo. Los árboles y animales no son banales en la vida de los Tikuna, cada elemento que se encuentra en la naturaleza es sagrado y debe ser preservado no solo para la supervivencia de la comunidad sino para el equilibrio del mundo entero.
Es un nuevo día en la zona del Correo y Gelimir conduce por la selva inundable. Navega por un tupido bosque, baja la velocidad para maniobrar entre lianas, arbustos y árboles, y cada vez más cerca se divisa un enorme árbol de tronco grueso. Es una ceiba de más de 60 metros. Gelimir habla sobre las soluciones que ha traído la Guardia para afrontar los retos ambientales de su territorio: “Cuando vemos a un aserrador cortando madera, por ejemplo, le hacemos entender que cuando él tumba un árbol, en realidad está tumbando a cien, le quita el hogar a los animales que viven ahí. Nosotros le hacemos poner en conciencia. Si nosotros no paramos lo que estamos haciendo mal no tendremos nada a futuro”, dice mientras mira a la ceiba concentrado.
De regreso a Puerto Nariño, el Lago Tarapoto parece una postal paradisiáca con un cielo pintado de amarillo, naranja y rojo intenso. Las sombras de los árboles se reflejan en el agua como si estuviesen danzando. Y las aves cantan. Repentinamente, un bote de turismo aparece en la escena y empieza a pilotear en círculos de manera ruidosa y acelerada. Gelimir se aguza y cambia la marcha en dirección al bote. “Ellos hacen esa maniobra para molestar a los delfines rosados y obligarles a salir a respirar, pero eso está prohibido aquí", reclama. Gelimir se acerca y se presenta con total tranquilidad, explica que pertenece a la Guardia Indígena Ambiental y es vigía del lago Tarapoto, les hace un par de preguntas para conocer de dónde vienen y el propósito de la visita, y continúa con el mensaje clave: lo que están haciendo no es permitido.“Ellos vienen a ver el Amazonas desde Bucaramanga y no saben que le están haciendo daño a los delfines, yo tengo que enseñarles y a los delfines protegerlos. ,Si yo no lo hago que vivo acá y que este es mi territorio, ¿entonces quién lo va hacer?”, dice Gelimir.
El bioma amazónico es crucial para el equilibrio climático mundial. Sin embargo, la existencia de árboles como el cedro o el palo sangre, con el que se hacen finas estatuas, y animales como el delfín rosado o el jaguar lo ponen en la mira de personas inescrupulosas que quieren hacer negocio con las riquezas del territorio, incluso devastando el ecosistema.
Mamerto Vázquez es uno de los líderes y fundadores de la Guardia Indígena Ambiental (GIA). En la foto se encuentra con su esposa Miriam quien también hace parte del equipo. juntos planean el recorrido del día. Mientras tanto, un niño escucha cuidadosamente y contempla atónito. Los tikunas más pequeños admiran a la GIA y muchos de ellos desean pertenecer a ella cuando crezcan.
Cada Guarda Ambiental recibe una dotación completa, botas, pantalones, camisas de manga larga y gorras los protegen de los insectos, del frío y del calor. Cargan un morral camuflado con machete, botiquín y provisiones dentro.
La Guardia registra un par de pobladores indígenas que extraen dos metros cúbicos de arena para la construcción de una casa. A final de cada año, la GIA presenta un informe en el que se encuentran la cantidad de materiales extraídos de la selva tanto legal como ilegalmente, al igual que las especies de fauna y flora avistadas. Esperan así tener un calendario ecológico que les sirva para preservar la selva.
Mamerto Vázquez, hermano menor de José Gregorio, sabe perfectamente que la extracción no planificada de recursos (especialmente arena, gravilla y madera) y el tráfico ilegal de animales (como el mono araña, la tortuga morrocoy y el loro real amazónico) están poniendo en jaque ese balance ecológico, la conectividad entre ecosistemas, la sabiduría de los abuelos, la seguridad y soberanía alimentaria de su pueblo y los sonidos de los animales, que son entendidos como señales o presagios. “Si usted entra y saca un árbol, pero luego siembra cinco, existe un equilibrio con la naturaleza y con los espíritus. Usted no puede solo entrar a matar, matar y matar. Porque entonces, ¿qué le deja a sus hijos y a sus nietos? Nosotros cuidamos el territorio no solo para nosotros, sino para todos los que vienen”, explica.
Mamerto saca un mapa, lo pone sobre la mesa y empieza a trazar la ruta que va a patrullar junto a Miriam, su esposa, y Camilo, un joven de la comunidad. El recorrido tomará unas cinco horas y se enfocará en tres afluentes del río Amacayacu: Agua Pudre, Agua Blanca y Caguimas. Todos llevan puesto el mismo uniforme: pantalones de senderismo, botas color caqui y camisa negra con un mensaje en la espalda que los identifica como 'Guardia Indígena Ambiental de San Martín de Amacayacu'.
Durante el recorrido, en la orilla del río Amacayacu, la Guardia se cruza con otra canoa que lleva a un borugo en una caneca blanca. Cuando preguntan por qué cazaron al animal, la respuesta es sin rodeos: para una minga. Registran los datos y comparten una gaseosa antes de continuar los caminos. “En realidad voy a defender a mi gente", dice Mamerto, como dando explicaciones., "Las personas acá tienen sentido de pertenencia, pero los de afuera solo quieren aprovecharse de los recursos. Mi gente cuando necesita de las maderas tiene en cuenta que el árbol va más allá de eso, tiene un espíritu en primer lugar”.
De regreso a San Martín por el río Amacayacu, Mamerto ve un letrero de Parques Nacionales Naturales, una entidad gubernamental cuyo objetivo es preservar el área de conservación que colinda con la comunidad y que actualmente ocupa la mayoría del territorio que ancestralmente ha sido tikuna. La relación de la Guardia con Parques no es la mejor.
Aún cuando existen acuerdos y líneas de trabajo en áreas como conservación y manejo de recursos, no se sienten apoyados por la entidad. Mamerto para frente al letrero y dice “¿Cuánto tiempo dedica Parques a recorrer y monitorear el territorio donde ellos están trabajando? En realidad, los que cuidamos y protegemos diariamente los recursos que tenemos acá, somos la Guardia Indígena Ambiental".
Cristóbal Panduro es un etnoeducador que trabaja como profesional de apoyo para Parques en Amacayacu, también es tikuna, pero de la comunidad de Mocagua. Dice que Parques trabaja con la Guardia creando acuerdos y fortaleciendo las áreas de gobierno, con un tema central, que es el ambiental. “Con la Guardia buscamos trabajar de la mano, sabemos que su trabajo es de sacrificio, están incidiendo en pro de las buenas prácticas en el uso del territorio, y este ejercicio autónomo genera buenos resultados. Somos conscientes de que no todo es perfecto, pero buscamos el fortalecimiento de nuestras relaciones y comunicación. “dice Cristóbal. Los funcionarios de Parques saben que el monitoreo de la Guardia trae resultados positivos. “La Guardia nos ayuda en el control y monitoreo porque ellos están recorriendo constantemente el territorio. La distancia y el tiempo son factores muy importantes al momento de presenciar un hecho ilícito, porque estos ocurren en la noche y la madrugada en zonas alejadas a nuestras oficinas” afirma.
Miriam está orgullosa de ser mujer tikuna, siente que su trabajo en la GIA la dignifica a ella y a su pueblo. “Las labores a realizar en la Guardia no discriminan, pues hombres y mujeres deben ejercer las mismas tareas.”, dice.
En la frescura de la noche, Miriam relata cómo han cambiado las condiciones de la mujer en su comunidad. Antes era impensable que una mujer tuviese un rol de liderazgo o que estudiara. Ahora se prepara para llegar a ser profesional en educación de la primera infancia y aportar desde la academia nuevas herramientas que favorezcan el desarrollo autónomo del territorio.
Especialmente en la noche se puede contemplar la majestuosidad de la selva amazónica y su increíble biodiversidad. La cantidad variada de animales con sonidos de ensueño recuerdan la importancia de preservar este pulmón del planeta. Estos guardianes de la jungla no solo protegen su hogar, pues si le pasase algo a la Amazonia toda la humanidad perdería algo.
Pero allí está la GIA todos los días y noches del año, en temporada seca y de lluvía, cuidando un tesoro único del universo.
En San Martín de Amacayacu la electricidad se desconecta a las 10 p.m. y vuelve tan solo en la madrugada. Después de un largo día de trabajo como guardianes de la selva, algunos miembros de la GIA se preparan para un merecido descanso. La jornada se retoma a las 5 a.m. nuevamente.